MORADA 43
casaEma . pisac / cusco
Durante el confinamiento algunas familias tuvieron la oportunidad y privilegio de mudarse a otros lugares donde se puede respirar libertad y usar menos mascarillas. Malena y Virgilio junto con sus hijos Gael, Lena y “Manchas”, cargaron su camioneta con todo lo que necesitaban y viajaron desde Lima al Valle Sagrado en Cusco; rentaron esta casa que ahora se ha convertido en su morada. Malena nos cuenta un poco la experiencia familiar.
Llegó la semana de vacaciones escolares de julio y vimos el momento perfecto para escapar de Lima. Unas semanas antes nuestras amigas, las dueñas de CasaEma en Pisac Cusco, nos avisaban que al abrirse un vuelo internacional, los huéspedes de la casa1 se regresaban a su patria, dejándonos la posibilidad de poder convertirnos en los futuros habitantes de ella. No lo pensamos dos veces. Cerramos nuestra casa en Lima y con nuestros hijos, perra y media casa a cuestas, nos enrumbamos en medio de la pandemia y la locura a un viaje que aún no tiene retorno. Llegamos a CasaEma tímidamente, y conforme fueron pasando los días y las semanas esta morada gentilmente nos ha permitido sentirla y vivirla como nuestra; adaptando sus espacios a nuestras necesidades como familia. Vinimos con la idea de quedarnos 2 semanas, y sin embargo hoy, al día de esta publicación, cumplimos 2 meses en ella.
CasaEma son 3 casas dentro de un terreno de casi 3mil m2 que está ubicada dentro del Fundo San Luis, Matara. Las casas comparten una suerte de “jardín mágico”, que al recorrerlo van saliendo a tu paso maripositas amarillas que revolotean por todos lados; desde él, se puede apreciar parte de la andenería de las ruinas de Pisac. Considerando esto, el entorno es ¡pura magia!
Desde la casa1, donde nos encontramos, el jardín pareciese una gran alfombra verde que se confunde con los sembríos del fundo hasta toparse con el cuadro de montañas, cielos llenos de nubes e hileras de árboles de eucalipto que se ven desde los grandes ventanales y mamparas de la casa, haciendo de cada desayuno y almuerzo un incansable espectáculo de naturaleza al verde vivo; donde interrumpen inesperadamente con su presencia, tractores, vacas, caballos y algunos perros vecinos, quienes cruzan las fronteras de nuestro jardín para jugar con Manchas. Al final del día cuando comienza el atardecer, las montañas parecen perfiles de recortes de papel con el cielo cambiando de tonos y colores hasta finalmente oscurecer.
La casa fue construida con adobe, piedra y madera, sus techos son altos. La tenue iluminación en sus distintos ambientes invitan a la sutileza. En su interior conviven de manera armoniosa y ecléctica muebles vintage, clásicos y atemporales, siendo la madera el estelar. Algunas piezas decorativas contemporáneas comparten paredes y rincones con la colorida y hermosa artesanía. La chimenea nos acogió durante las noches frías de julio y agosto; el área social se integra con la cocina en un espacio abierto que nos permite poder realizar actividades en conjunto como familia, y a la vez del interés propio de cada uno. Al principio nos costó tener que compartir este espacio en común, hoy ya es parte de nuestro día a día.
Sin restarle valor a lo mencionado, nuestra parte favorita de esta casa no se encuentra dentro, está afuera. El pequeño biohuerto lleno de sus maravillosas hierbas aromáticas, tomates cherries y hortalizas, te invitan a cocinar rico y sano. Decir que comemos más directo de la Pachamama, ¡es imposible!
El ofuro al aire libre, esta tina japonesa de agua calentada a leña, que durante el día es la pequeña bañera de aguas tibias en donde chapotean mis hijos y por las noches nos invita al relajo contemplando el vasto cielo negro, cargado de estrellas y tal vez con algo de suerte logramos ver alguna estrella fugaz.
Este lugar nos ha devuelto después de los meses de encierro, la contemplación y alegría de poder ver a nuestros 3 chicos felices otra vez, corriendo, inventando juegos, persiguiendo pelotas, mariposas o volando cometas. Sin mayor necesidad de hacer algo en particular, el tan sólo poder estar aquí parados mirando lo que nos rodea, y en libertad con la naturaleza, ya es un privilegio infinito.
Agradecidos con la vida, y convencidos que esta “no planificada mudanza” al Valle Sagrado fue una decisión acertada, esta casa se ha convertido en este tiempo, en nuestro refugio y segundo hogar. Cada mañana al abrir sus cortinas, nos da la bienvenida con su cielo azul, montañas, campos verdes, y ese sol que no sólo lo ilumina todo, sino también nos llena de esperanza y nos recarga el alma.
fotografía : Malena Lau Instagram: @lamalenalau / Virgilio Sui.
Contacto para hospedaje en CasaEma: Instagram: @casaema_sacredvalley / Facebook: casaemacusco
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